Lima ha sido horno este verano, innegable, febrero de 2017 se ha sentido tan caliente que la sensación de sofocación, el sudor en la frente de cada caminante, y la humedad de la ropa de aquellos en habitaciones cerradas, ha incomodado al más fresco de los que sobrellevan con paciencia las inclemencias del clima. Lima es también un gran bloque de cemento y concreto, con casas rodeadas de vidrios y ventanas brillosas, paredes raídas por el paso de caminantes y jardines secos en medio del polvo ambiental que recorre la ciudad, llevado por el escaso viento de la costa peruana. Caminar al mediodía puede ser una odisea para cualquier moribundo ciudadano, si moribundo ciudadano, esos que mueren en la desesperación de su rutinaria vida. Este mediodía fue particular, el aire estaba tan caliente como un horno de panadería antigua, las plantas parecían doblegarse ante el brillo imponente del sol, pocas flores adornaban el renovado parque, y entre tantas personas que iban y venían, se me ocurrió...
Soy investigador en salud global, me formé como tecnólogo médico y me entrené en enfermedades infecciosas y tropicales. Disfruto de mi familia, gusto de viajar y conocer gente, tengo mi martes casual y mi jueves de patas, soy fanático de mi trabajo y me divierte enseñar. También, soy adicto al café en todas sus versiones y suelo, de vez en cuando, ponerme a escribir.