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Mi recuerdo futuro de 463 años de una historia que es parte del Perú


La mañana era fría, el otoño estaba empezando ya y casi todos estábamos en esa inmensa cola que serpenteaba a lo largo de la Avenida Arenales en Lince, a puertas del Museo de Historia Natural de la UNMSM, donde íbamos s a recibir nuestra constancia de ingreso después de haber alcanzado puntaje de ingreso a esta vieja casa, han pasado ya 23 años de ese día y hoy puedo decir con alegría que venir a San Marcos a estudiar fue una buena decisión, pero también hoy puedo decir con preocupación, que San Marcos no es ya la imagen que yo tenía de ella. Hoy, esta universidad gestada inicialmente en el Cusco por Fray Tomás de San Martin pero establecida en Lima y llevando como nombre Universidad de Lima, cumple 463 años desde su fundación el 12 de mayo de 1551.

Mis recuerdos de San Marcos están ligados a mi vida universitaria, y esta tiene dos periodos, mi paso como estudiante, tanto de pregrado como de posgrado y mi paso como profesor de esta casa de estudios.  Ambos periodos han sido gratificantes por demás, estudiar aquí me ha permitido no sólo aprender, si no también crecer, como persona y como profesional, estudié en una escuela joven en aquella época noventera, el Perú era un país difícil, complicado, estábamos en medio de una guerra interna, el terrorismo nos tenía metidos en nuestras casas, vivíamos al borde de un dinamitazo y expuestos al terror, entre toques de queda y noticias de atentados y muertos, era el común denominador escuchar de ataques a policías y militares, a dirigentes y políticos, pero también los noventa fueron una época en que los jóvenes de entonces pasábamos mucho hambre, había acabado el gobierno aprista y el Perú tenía una de las tasas más altas de tuberculosis del mundo, la pobreza se había diseminado por doquier, mucha gente había migrado escapando de la falta de trabajo y la falta de oportunidades en un país quebrado y desordenado y San Marcos era un centro de acuarelas, había pinturas en cada pared, en cada salón, en cada esquina saludando a alguien que no era más que presidente de un grupo terrorista, incluso llegamos a escuchar algunas dinamitas en alguna que otra clase aislada y los profesores solo atinaban a decir nada, como si afuera todo estuviera normal. En medio de todo ese desastre habíamos ingresado y estudiábamos aquí, recuerdo profesores de aquellos tiempos, muy buenos muchos, creo que todos son buenos cuando son los únicos que conoces, hoy muchos siguen allí enseñando aún, algunos siguen siendo buenos y otros ya no están, y algunos ya no son tan buenos, y por supuesto había de los muy malos, debo confesar que de estos últimos aprendí mucho, la lección más importante que me dejaron es “no ser así”.

Los amigos fueron una parte importante en esta casa, aquí conocí a los que aún están, a los que son parte importante de muchas cosas en la vida de cualquier sanmarquino, aquellos que más que una mano, dan su tiempo y dedicación a la amistad. Y es que, los amigos son buenos, pero si hacen lo mismo que tú haces, ya siempre estarán más cerca. La escuela de Tecnología Médica, como todas las escuelas creo, se sentía, y aún pasa entiendo, la mejor de todas las escuelas de su género en el mar de universidades que ahora inunda nuestro país, quizá lo fue, quizá lo es, las razones no he podido configurarlas en mi cabeza aún, me hace pensar en el futbol, cuando un equipo se siente el mejor, tiene buenas zapatillas, uniforme bonito, vitrina con trofeos antiguos, pero que no gana más un solo partido. Y es que lo bueno que teníamos se quedó en alguna parte del camino. Mis amigos y yo conversamos aún sobre el pasado, y creo como todos, siempre estamos convencidos que antes todo fue mejor, yo ya no creo eso más, antes no fue mejor y ahora tampoco lo es, mis amigos ya no tienen razón, ni yo la tengo tampoco. Lo bueno está en cada momento, pero lo no bueno (para no decir malo) también está en cada momento. Hay momentos que no salen de mi cabeza, caminar por el patio de letras y cruzarme con Luis Alberto Sánchez, uno de los peruanos más prodigios del penúltimo siglo, o don Fernando Silva-Santisteban quién gustaba del café cargado cada mañana antes de clase y para no olvidarse de don Pedro Ortiz Cabanillas, insigne neurólogo, maestro ejemplar y mi gran mentor en pregrado el Dr. Alejandro Padrón quién más allá de ser un buen médico, siempre decía que San Marcos era su casa. Y mis amigos, aquellos con quienes pasé mucho tiempo son ahora de los mejores profesionales, de lujo pero los buenos que salen y son, cada año, aún no alcanzan a ser esa masa crítica permanente.

Ahora paso mucho tiempo en San Marcos, trabajo aquí sin trabajar, no soy obrero ni docente, menos alumno, tampoco empleado, desde hace un mes debo dejar mi DNI en la puerta para recibir un pase de visitante y poder ingresar al campus, luego llegar al laboratorio sentarme en mi oficina y dirigir el laboratorio a mi cargo, raro no, si tengo un laboratorio aquí en el campus y público, coordino, es más las autoridades y profesores me envían a sus alumnos, pasantes y visitas nacionales y extranjeras para que conozcan el laboratorio y/o para que les diga que investigaciones estamos haciendo. Es extraño estar aquí ahora y mirar desde dentro que esta vieja casa de estudios tiene mucha historia parte del Perú, pero también tiene una historia oculta una vida interna muy desordenada, muy atroz. San Marcos es una universidad pública, tan antigua y grande como las mejores universidades del mundo, pero no estamos en la lista de mejores universidades del mundo, aquí no hay profesores con premios Nobel, si dirán que Vargas Llosa tiene uno, pero él fue alumno de aquí hace más de medio siglo y  nunca ha enseñado aquí, y ha vivido la mayor parte de su vida fuera del Perú, eso no lo hace malo, lo hace un ser humano mundial que estudio en San Marcos y qué por mérito propio está donde está. Tenemos facultades de todo y para todos, pero la presencia de nuestra universidad no se siente más allá de sus alumnos, quienes orgullosos dicen ser sanmarquinos, pero más de la mitad de ellos no conocen siquiera donde queda determinada facultad o saben siquiera quienes, personajes importantes, son parte de la historia de San Marcos. Algunos por supuesto han sido eliminados de nuestra historia por nuestras propias autoridades. San Marcos está enferma desde mi personal punto de vista, y su enfermedad es una mezcla de síndromes comunes a cualquier institución pública peruana, aquí reina el nepotismo, los tíos, sobrinos y hermanos llenan los espacios administrativos en todas las facultades; aquí enseñan profesores fantasmas, firman entrada y nunca llegan, aquí tenemos autoridades que nunca caminan por el Campus, si lo hicieran se darían cuenta de los montones de basura, de la falta de pistas y  veredas y del desorden de sus jardines. Aquí, como en cualquier mercado tenemos quioscos de todos los colores, restaurantes donde un perro duerme en la puerta, si aquí, con la premisa de que San Marcos es el Perú, dejamos que San Marcos sea un asentamiento humano y no una universidad donde se construya conocimiento, se estudie, se avance, se critique y se luche. Hace muchos años que San Marcos guarda silencio, antes nuestra universidad era un actor importante dentro de cualquier esquema social y político en el Perú, hoy nos vilipendian con leyes, normas y controles, aquí hacer investigación es tan complicado que es preferible no hacerla y es mejor, para algunos, gastar los 8 mil soles que la universidad te asigna por proyecto en facturas y boletas falsas o trucadas.

Yo tengo un recuerdo de San Marcos que hierve en mi cabeza, el recuerdo de una universidad grande, bonita, moderna, culta, ordenada, llena de trabajadores cumplidos, que dedican su trabajo y su tiempo, pagado por supuesto, a mantener un campus que pueda ser usado por profesores y estudiantes a plenitud. Viene a mi cabeza el recuerdo de profesores puntuales con clases ordenadas, de lujo, con conocimiento digerido y metabolizado en límites inexorables, más allá de clases copias de libros o de Internet, clases tan magistrales como ellos mismos, profesores que con ejemplo de vida, de carácter y con resultados de sus propios estudios eduquen esa generación de futuro que tanto necesitamos hoy. También, recuerdo alumnos, aquellos alumnos que más allá de la tecnología y de sus inclinaciones, sean partícipes de una universidad moderna, nueva, retadora, alumnos que alcancen plenitud profesional gracias a una buena formación, donde su autodeterminación y autosuficiencia sea un manejador importante, con capacidad crítica, de decisión y con un nivel tan alto que cualquier universitario del mundo lo refiera, lo tome como modelo. Mis recuerdos incluyen una universidad donde los Nobel, Asturias y demás premiados caminen por nuestros jardines como en sus casas, rodeados de alumnos, con los cuales beban café o una cerveza, pero hablando de actualidad, de problemas sociales, de asuntos académicos, donde confluyan los pensamientos nuevos con los antiguos, donde esa tan anunciada mezcla de razas se traduzca en una fuerza enorme llamada San Marcos, una fuerza que ayude a mover al Perú como impulsor de la ciencia y el conocimiento que hoy nos hace tanta falta.

Mi recuerdo de San Marcos viene de algún día del futuro, en tanto ese recuerdo siga llegando, esperaré, rodeado de alumnos, profesores, amigos, colegas y de aquellos que como yo aún sueñan con una universidad tan grande y fructífera como su edad.

 

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