Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de 2017

Cuando una madre se despide

Era miércoles, como no recordarlo, el último miércoles de noviembre del 94, casi al mediodía, salí por ese chocolate, era un pedido especial. - Tráeme un sublime - había dicho ella desde su cama, casi balbuceando y lo quería comptrado del señor del kiosko de afuera, no del kiosko del hospital. Fui por el chocolate con premura, pensando sólamente en cumplir ese deseo momentáneo que no podía negarle a una mujer que echada esperaba. Al regresar por el pasadizo principal del hospital una figura me alcanzó, era mi tía Concho, venía corriendo y gritaba mi nombre entre sollozos. - Tú mamá, decía, tú mamá - - Qué paso?, dígame que pasó? - Tú mamá, Cholito, tú mamá acaba de fallecer. Corrí hacia el pabellón, me dirigí hacia su cuarto y allí estaba ella, tirada en la cama sin respirar. Mucho llanto vino después. Una semana antes todo era tranquilidad y paz, la última noche en casa fue normal. Ese último domingo, ella había preparado arroz con leche y mazamorra morada, clásico dominguero de

La amistad es amistad, y de aquellas buenas, pocas hay!!

Esta es la segunda vez que este tema me llama al teclado; no me quejo, lo escribo con alegría, pero también con ansiedad. La amistad es un estado de transición entre lo bueno (y jodido) que cada uno de nosotros tiene y lo mejor que podemos llegar a ser (o lo más jodido que nos puedan aguantar) , esa es mi corta y filosófica definición. Desde pequeño escuché de mis padres, hermanos, tíos, personas mayores en general frases sobre "mis amigos". -Anda juega con tus amigos- -Llama a tus amigos- -Come con tus amigos- -Invita a tus amigos- -Van a venir tus amigos- -Etcétera de situaciones con mis amigos- Y siempre asumí que todas aquellas personas a las que los demás les decían "mis amigos", eran en realidad mis amigos; pero también escuché, sobretodo de adolescente que los amigos son para toda la vida. Solía, y suelo aún, ver películas y series en que la amistad es el centro de la historia y casi siempre, valga la redundancia, es para siempre. Con este antecedent

Los dos monos jugando en el tejado

No es usual ver una imagen similar, ver dos monos jugando en el techo de la vieja casa de madera. La imagen era divertida, no recuerdo haber tenido una experiencia de similar alegría en años, esa imagen en mi cabeza aún la tengo, la añoro de vez en cuando. La vieja casa de madera estaba ubicada cerca del arroyo, rodeada de frondosos arboles que verdes daban una sombra muy oscura al lecho de pasto y flores que la rodeaban. El viento solía jugar con las ramas, las hacía silbar, y el ruido de las hojas acariciaba cualquier melodía que los pájaros quisieran cantar. La casa estaba alejada de la ciudad, estaba casi escondida entre el viejo bosque y el riachuelo casi seco. La mañana se prestaba a la alegría del juego, ambos monos solían pasar por la casa después del amanecer en busca de comida fresca, ansiaban ver dónde quedarían los restos del desayuno, o simplemente recogían algunos frutos que caían del viejo cerezo que era verde testigo de la historia de la casa. El juego de la mañana p

Mariposa de Verano

Lima ha sido horno este verano, innegable, febrero de 2017 se ha sentido tan caliente que la sensación de sofocación, el sudor en la frente de cada caminante, y la humedad de la ropa de aquellos en habitaciones cerradas, ha incomodado al más fresco de los que sobrellevan con paciencia las inclemencias del clima. Lima es también un gran bloque de cemento y concreto, con casas rodeadas de vidrios y ventanas brillosas, paredes raídas por el paso de caminantes y jardines secos en medio del polvo ambiental que recorre la ciudad, llevado por el escaso viento de la costa peruana. Caminar al mediodía puede ser una odisea para cualquier moribundo ciudadano, si moribundo ciudadano, esos que mueren en la desesperación de su rutinaria vida. Este mediodía fue particular, el aire estaba tan caliente como un horno de panadería antigua, las plantas parecían doblegarse ante el brillo imponente del sol, pocas flores adornaban el renovado parque, y entre tantas personas que iban y venían, se me ocurrió

¿Tendrás un chocolate?

Cuando el verano limeño está en su cúspide, el ardor del mediodía es casi aniquilador, los termómetros dicen 30°C, mi piel dice 40 y subiendo, todo parece derretirse, los autos arden y el reflejo de las ventanas en los edificios parecen aumentar el brillo del sol, como si sus rayos quisieran eliminar de la faz de la tierra, cada ser humano que trata de pasar su día evitando con desesperación el sudor en sus espaldas. No hay viento fresco en Lima, la humedad es cercana al límite, la sensación de sofoque aumenta con cada paso. A medida que avanza el día, la estación parece deprimir a todos los que no están en la playa ni la piscina, trabajar es una osadía en medio del sopor de las paredes cerradas entre el computador tibio y el ventilador ruidoso. Las mañana de los lunes son siempre ruidosas, entre saludos y preguntas sobre los fines de semana de cada uno de los oficinistas, hasta las preguntas sobre qué almorzarás, caras de sueño rodean cada tarea, cada reunión. El café fresco inunda