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Cuando una madre se despide

Era miércoles, como no recordarlo, el último miércoles de noviembre del 94, casi al mediodía, salí por ese chocolate, era un pedido especial. - Tráeme un sublime - había dicho ella desde su cama, casi balbuceando y lo quería comptrado del señor del kiosko de afuera, no del kiosko del hospital. Fui por el chocolate con premura, pensando sólamente en cumplir ese deseo momentáneo que no podía negarle a una mujer que echada esperaba.
Al regresar por el pasadizo principal del hospital una figura me alcanzó, era mi tía Concho, venía corriendo y gritaba mi nombre entre sollozos. - Tú mamá, decía, tú mamá -
- Qué paso?, dígame que pasó?
- Tú mamá, Cholito, tú mamá acaba de fallecer.
Corrí hacia el pabellón, me dirigí hacia su cuarto y allí estaba ella, tirada en la cama sin respirar. Mucho llanto vino después.

Una semana antes todo era tranquilidad y paz, la última noche en casa fue normal. Ese último domingo, ella había preparado arroz con leche y mazamorra morada, clásico dominguero de los últimos tiempos, la cena dulce para cerrar el fin de semana. Comimos, hablamos, todos en casa, el viejo en su cama, los demás hermanos en la sala, mirábamos televisión, noticias de domingo.
Yo estaba sentado en las espaldas de la vieja, ella descansaba, mientrás yo peinaba su negro y suave cabello.
La peinada era una costumbre imperdible, mi madre gustaba sentarse y dejarse peinar, tarea que nosotros disfrutábamos. Era la única mujer en casa y podía darse ese lujo. Recuerdo ese cabello negro y ralo, no era muy largo, le caía ligeramente sobre los hombros, iba con un moño o a veces suelto, tan lasio com la seda, tocarlo era una maravilla, los dedos se me resbalaban. Tomar la peineta para acariciarle la cabeza era divertido en demasía, nos gustaba verla peinada y engreída.
La mañana siguiente un grito nos despertó acabando ya la madrugada tibia, era mi papá llamando: "muchachos", vengan su mamá ha tenido un ataque creo. ella yacía en el piso tratando de decir palabras que salían incomprensibles de sus labios. Los demás trajeron un taxi, la subimos al carro y enrumbamos al Hospital de Collique, una vez en la emergencia, recién todos reaccionamos, si era un derrame, era lo que nos dijo el médico, necesitaban internarla y quizá operarla. Ese día era lunes, la semana se hizo larga y dura, todos dábamos vueltas por la emergencia y nos mudamos al hospital. Luego vinieron las llamadas a los tíos, primos y amigos; además de las idas y venidas a la farmacia. la gente iba y venía, con tapers, medicinas y lágrimas. Mi abuela, estuvo allí sin moverse, su hija estaba enferma y ella no iba a dejar que algo peor le pase. La vieja vestida de negro, vivió sus siguientes dos semanas la continuación de un llanto permanente qué empezó con su nieto y duro hasta el día que también nos dejó.
Los días en la universidad cesaron su intensidad, ni me aparecí. Lo mismo mi papá y mis hermanos, hacían su vida a medias, la normalidad era algo que se ausentó esos días.
Las preguntas iban y venían, todas sin respuesta cierta. -¿Se mejorará?, ¿Cuando saldra?-

Durante el velorio las caras aparecían, muchas nuevas, había llanto y tristeza, estábamos en shock, no creíamos lo que veíamos en medio de la sala de la casa, Teresa, la gordis, estaba allí metida en esa fría caja de madera, rodeada de gente mucha, flores miles y vestidos negros que sollozaban cánticos de dolor y tristeza. esos dos días fueron largos, sin sueño, sin descanso y pensando con remordimiento que hicimos mal, qué no cuidamos, que nos faltó hacer en estos años. Un derrame cerebral se había llevado a la chica del pelo suave.

Mi madre era hipertensa desde los 37 años, joven aún desarrolló crisis hipertensivas extremas, había críado con éxito, pero con mucho esfuerzo y demasiados sacrificios a sus cinco hijos sobrevivientes de los nueve que tuvo alguna vez. Yo me había convertido, por esos desatinados giros del destino, en el hijo mayor sin así desearlo. Ella trabajaba mucho, era comerciante, sus hijos la ayudábamos cada madrugada a licuar y moler todas las especias que los viernes surtía desde el mercado mayorista, se las jugaba mucho, junto a mi padre por sus hijos. No tenía primaria completa, llego al 5to grado sólamente, sabía leer y escribir, imagino que fue suficiente para su época y para su entorno familiar. Fue esposa y madre desde antes de la adultez, con un hijo en brazos quedo sola un par de años mientrás mi padre hacía el servicio militar obligatorio entre Piura y Tumbes. Ella vivía con mis abuelos, de seguro que ellos la apoyaron a salir adelante en más de una ocasión.

La Tere!!!, así le llamaban en casa, cuidaba a sus hermanos, de hecho antes de mudarnos a la casa en la que hoy vive mi padre, sus hermanos vivían con nosotros. Era una esposa, madre, hermana e hija responsable, nunca faltó comida en nuestra mesa, sea suculenta o rala, nuestra ropa siempre estuvo limpia, a pesar que la destruíamos en la pelota cada noche; tenía un carácter bueno pero fuerte a la vez, no le gustaban los desvíos en nuestras obligaciones y repsonsabilidades, tenía una mano fuerte al momento de llamarnos la atención y corregirnos. Hoy puedo ver que su vida no fue fácil y que sus 47 años aquí, fueron suficientes para aguantar esta vida dura, esa vida que a ella le tocó vivir.
Los trámites en el hospital duraron unas horas, luego la llevamos a casa metida en una caja, allí esperaban más llantos y lágrimas, gente de negro que rodeaba la puerta, mi abuela, mis tías y tíos, todos los primos, la gente llegaba de a pocos, vecinos con sus bolas de viveres y personas mayores con botellas de licor, todos preperaban la larga estadía en la casa que hace unos días no tenía más que cinco gatos, hoy tenía decenas de personas entrando y saliendo, todos tristes, todos llorando y algunos de hecho, curoseando. Mis hermanos desconsolados buscaban un abrazo, no podíamos creer lo que estaba pasando, y pasaba tan rápido que no nos permitía reaccionar. Nos acercábamos a mirar el frío ataúd de rato en rato, solo para asegurarnos que la Tere no haya despertado y pueda levantarse, pero eso nunca iba a pasar. La Tere ya no estaría más, menos su sonrisa, nunca más sus consejos y mucho menos sus comidas o su cabello para peinar. No más, se había ido para siempre esta vez.

La última noche en el hospital fue casi interminable, la Tere habló como nunca, habló de todo, conversamos mucho. Deseaba tener una nieta decía, quería una nieta para peinar. - Enfermera cásese con mi hijo, él es profesional, está en la universidad, se casan y tienen una hija y yo la cuidaría - La enfermera se sonrío, y le dijo si, no hay problema señor, yo me caso con su hijo, no se preocupe. - Casese y cuídelo mucho, él es bueno, yo lo crié- No hay problema señor, yo lo cuidaré. Yo sonreía.
Luego me pidió que cuide a mis hermanos, me los encargó uno por uno, me hablo de cada cada uno como si me diera detalles que yo no conociera. Paciencia con el malcriado y relajado, consejo para el que flojea, ánimos para el más pensante y compañía para el más pequeño. -Tu papá-, su comida y su ropa, siempre tengan lista sus cosas. No dejen de estudiar, salgan adelante. Avancen.
Si estudian no tendrán que vivir pidiendo favores ni tendrán que humillarse ante nadie. Ninguna muelona los va a venir a cuidar como yo los he cuidado, así que aprendan a cocinar, lavar y planchar, háganlo bien, sólo ustedes van a cuidarse mejor que nadie. Siempre recuerdo esos sabios consejos, y ahora se los repito a mis hijos y sobrinos, funcionan de verdad.

Antes extrañaba a mi mamá, pero ahora prefiero recordarla, no la sueño mucho, casi nunca, pero no me extraña eso, porque recordándola seleccionó lo que quiero de ella y me pongo a sonreír, y si una lágrima cae, esa lágrima es la sonrisa de mi madre que está conmigo aún.

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